Un día cualquiera, volviendo a casa en el 152 me encuentro sentada al lado de un chico de más o menos mi edad.
No era feo, no era lindo tampoco, pero tenía un je ne se quoi que le daba un aire interesante.
No le venía prestando atención, hasta que una risita me hizo darme cuenta que estaba leyendo un libro.
No cualquier libro, no cualquier cuento. Ese libro que me hace reír, ese cuento que me roba carcajadas. Ese libro, de ese autor que puede retratar una situación tan común y convertirla en situación tan peculiar que amerita una hora y pico de resumen cinematográfico de encuentros y torturosos desencuentros.
Ese encuentro debería contar como el principio de cientos de idas y vueltas, de dudas e inseguridades. De tartamudeos e infidelidades. Todo se termina cuando -dentro de varios años- el se entere que no uso el 152 regularmente, que ese mismo día una mancha de tinta china me volvió loca y que mi libro, en realidad, es prestado.